CORONADOS DE VIRUS

Tan inesperada como mortal, la realidad nos impuso ésta sensación de ser nosotros mismos los sicarios de nuestras vidas.

El coronavirus no es producto de la fantasía. Es tan fáctico como el ejercicio impostergable de respirar. Mientras tanto, la humanidad se debate entre postular nuevos héroes o resignarse a llorar las víctimas que supo conseguir.

Hay un antes y un después de ésta tragedia casi anunciada. Y la pauta es aceptada sin discusiones por los que saben mucho de todo y aquellos que ni siquiera tienen posibilidad de saber nada. Quedará el estigma en las conciencias y en las almas, marcando lo previo y posterior a la incursión del virus en la existencia de todos.

ENEMIGOS POTENCIALES

Jamas imaginamos que llegaría. Tampoco hicimos propias las imágenes impactantes que llegan del viejo continente mostrando la impiedad de un asesino al que no se ve, no se huele, no se escucha. Pero que, cualquiera de nosotros, puede portar y esparcir mediante un beso y un abrazo.

Somos sospechosos. Quizá cómplices. Ya ni los síntomas auxilian en paralelo al sentido común. Podemos llevar la enfermedad sin darnos cuenta. Todo parece depender de la suerte o de la prueba. Que una muestra llegue a un laboratorio, ya no depende de uno mismo.

Estamos señalados. Todos. Sospechados tal vez sin razón, pero igualados ante la impotencia y el miedo. Juntos y separados. Distantes pero letales.

REGLAS Y CONDUCTAS

La urgencia regla e intenta aplicar conductas que a veces ni la dramática realidad consigue imponer.

Hoy, es el barbijo -o tapa boca- lo obligatorio. Pero hace tiempo que el uso del casco para quienes circulan en moto es norma; y lo cierto es que cada uno hace lo que quiere.

Ambas necesidades -justificadas- pregonan la auto protección. Y sin embargo, ninguna punición parece ser suficiente.

Los ancianos tienen prioridad. Es ley. Pero innumerables veces no se cumple. ¿Alguien conoce un “sancionado” por ocupar los asientos reservados en el transporte público? O por no ceder prioridad en las filas?

No pasa nada. Si pasa, no sirve de antecedente. La obligatoriedad es letra muerta. Estamos lejos de aceptar responsabilidades. Inclusive, las consecuencias de nuestras actitudes que nos convierten en víctimas o victimarios.

DINÁMICO E IMPREVISIBLE

La pandemia genera más reacciones que acciones. Todo es urgente y momentáneo. Lo que ayer era válido, hoy se convierte en dudoso.

Solo hay certeza de las deudas. Se descubre diariamente que el costo de lo imprescindible crece al ritmo de los contagios.

Las restricciones son molestas. Sobre todo si los privilegios quedan expuestos con mayor nitidez. Y por si fuera poco, exaspera lo cotidiano: no se puede; no se sabe; y, veremos…

Se traza el destino de todos hora a hora. Pocos son los que deciden. Y es lo correcto. Se ejecuta en una impensada magnitud la transferencia de la potestad de gobernar.

Por ahora, es lo que hay. En el futuro habrá oportunidad -quizá- de cuestionar. No se obvia que en la emergencia hay hechos y acciones que rozan la ilegalidad.

CORONADOS DE VIRUS

Sometidos a la realidad de quedarnos en casa, hay tiempo para discernir si somos o nos hacemos. Y afloran las reflexiones…

Mientras muchos aplauden a los médicos, otros tantos los estigmatizan.

Hay que cuidar a los abuelos, por eso los exponen al amontonamiento para poder recibir sus magras jubilaciones.

La necesidad de abastecerse obliga a pagar más caro lo que podríamos comprar en otro barrio.

Tres sencillas muestras de lo ilógico y descarnado. Tal vez, el origen de éstas incongruencias, puedan relacionarse con la inmadurez; la insensibilidad; la ignorancia; o, sean un rasgo de nuestra argentinidad.

Con respeto es admisible cambiar una parte de nuestro himno, para adaptarlo a éste escenario incomprensible…

“CORONADOS DE VIRUS VIVAAAAMOOS… O JUREMOS CON GLORIA MORIR!”

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