Y SI NO ME TIENEN FE…

Con 56 años, uno se cansa de esforzarse por demostrar que aún no baja los brazos. Pero noche tras noche, la conciencia te estimula el insomnio, y te hace dudar sobre el valor del esfuerzo; o, la conveniencia de protegerse en el terreno de la indiferencia te provoca con obscenos silencios. Por suerte, la mañana, esa cita impostergable, te recuerda que siempre hay una nueva oportunidad. Y allá vamos, en la búsqueda de las certezas que te laven las culpas; o las heridas.

Y SI…

… No dudara tanto de aquellos que siembran, por lo menos, palmarios interrogantes? Sería tan sencillo descartar la cuestión, bajo el simplismo de interpretar que es apenas curiosidad.

Pero no lo es. Son dudas. Son preguntas sin responder. Son evidencias que exigen explicaciones. Y, con espíritu crítico, uno comienza a cuestionarse y a cuestionar.

Hay un derecho inalienable: el ciudadano tiene el derecho a la información. Pero también tiene un deber: saber informarse.

Y SI NO…

… Indagamos con objetividad, seremos víctimas o rehenes de la subjetividad. Siempre hay intereses que no transitan los caminos del interés general. Porque desde el más poderoso, hasta el más débil, tienen un preconcepto regente en su racionalidad: el poder se ejerce y la debilidad se sufre.

En ese juego binario del “puedo, no puedo” y “debo, no debo”, naugrafan las libertades y los derechos del ciudadano, acosados por la tormenta interminable de los poderosos. 

A esta altura de la historia de la humanidad, es inadmisible que no interpretemos el valor de la palabra. La importancia de la expresión. El rol intransferible de nuestra obligación de preguntar y responder. Siendo poderoso o sin serlo, la palabra es una atribución del ciudadano. 

Y SI NO ME TIENEN FE…

… Discúlpenme. Yo sí, tengo fe. Por eso pregunto, busco, investigo. Sin la más mínima intención de ser querellante, Fiscal, o Juez, seguiré exponiendo todas las preguntas que los “poderosos” en su condición, se niegan a responder.

Comunicar, una responsabilidad asumida con humildad y honestidad intelectual. Ese es el desafío que nos acompaña cada día cuando abandonamos la duda de la noche -fruto del insomnio- por impulso de querer dilucidar si vale la pena. 

Vaya si lo vale. Al final es mi palabra, que quizá sea la suya, también. Y por eso hay que usarla, compartirla, exponerla, para que el silencio lacerante que germina en la indiferencia, no se apodere de nuestra libertad. 

Tenga fe. Acompañe con su palabra -tan poderosa como una plegaria- a todos los que utilizan la comunicación como ejercicio de inclusión. Incluir a todos los ciudadanos en el derecho a saber, es una gesta que incomoda al “poder”. 

JUNTOS

Estamos todos ante la realidad, sin darnos cuenta, que la misma es particular. Por eso el funcionario, el político, el juez, y lógicamente sus amigos y parientes, ven en la suya propia la realidad perfecta. Usan, abusan, explotan, condicionan, presionan, mezquinan y, se eternizan porque cada uno de nosotros estamos inmersos en una realidad personal. Tenemos el derecho de que nuestras realidades sean respetadas y ellos tienen la obligación de demostrar que “su realidad” es legal y legítimamente  obtenida. 

Para lograr ese objetivo el instrumento es la palabra. Nosotros preguntamos, es nuestro derecho. Ellos deben responder, es su obligación.

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